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El futuro del envejecimiento ya está aquí, y hace falta más que una reforma en pensiones

18-04-2023, 6:00:00 AM Por:
© Reuters

La vejez es la etapa más heterogénea en la vida y se necesitan reformas laborales, abordar la edad de retiro e impulsar la inclusión laboral.

Por Gustavo Morelos Padilla*

El pasado 14 de marzo, el Senado de la República aprobó una reforma a la Ley Federal del Trabajo para incentivar la inclusión laboral de personas mayores. De acuerdo con el dictamen, el 41% de las 15 millones de personas de 60 años o más en México son económicamente activas, lo que en parte se debe a que no cuentan con pensiones o porque éstas son insuficientes para cubrir sus necesidades básicas. También menciona que existe en México una fuerte discriminación laboral para las personas a partir de los 40 años, lo que limita mucho más la empleabilidad de las personas de 60 y más.

Por otro lado, actualmente Francia está convulsionada en movilizaciones importantes contra las reformas del gobierno de Emmanuel Macron, que incrementaron la edad de retiro de 62 a 64 años. A manera de contexto, Alemania, Italia, Noruega, España, Suiza y la gran mayoría de los países europeos, donde todavía existen servicios sociales relativamente robustos, tienen edades de retiro entre los 65 y 67 años.

El punto en común entre ambas estrategias (la de México y la de Francia), es que presentan en esencia una misma solución ―que las personas sean económicamente activas durante más tiempo― para un mismo problema ―el peso en el presupuesto público debido a que cada vez hay más personas mayores―. De acuerdo con la OCDE, Francia destina alrededor del 14% del PIB al pago de pensiones, mientras que en México ronda el 3%. Cabe recordar que en nuestro país ―a partir de la Ley del Seguro Social de 1997―, el sistema de pensiones en gran medida transitó hacia un sistema de ahorros individuales administrado por privados.

La idea de trabajar durante más tiempo genera, sobre todo y de manera entendible, rechazo. Al mismo tiempo, estas medidas ponen sobre la mesa que no es lo mismo legislar en términos de lo deseable que de lo posible. La pregunta sobre qué hacer al respecto de una población cada vez más longeva representa un predicamento sobre el “fracaso del éxito” que ha sido el incremento de la esperanza de vida, como resultado de haber conquistado las enfermedades infecciosas de la mano de la tecnología médica y de la disponibilidad de agua potable. Pero, sobre todo, esta situación nos ofrece una oportunidad para reflexionar sobre cómo organizamos la vida social alrededor de la edad.

La edad a la que empieza la vejez no es producto de la naturaleza. Es una “verdad por consenso” construida alrededor del retiro. Que la vejez empiece a los 60, 65, 70 o 75 años es una arbitrariedad. Frecuentemente se le atribuye el origen del inicio de la vejez a los 65 años a Otto von Bismarck, canciller del Imperio Alemán, quien introdujo la legislación sobre el retiro a los 65 años para obligar a sus rivales políticos a retirarse.

Aunque la veracidad de esa historia está en debate, no hay que perder de vista que en el siglo XIX la esperanza de vida promedio en lo que ahora es Alemania era de menos de 40 años y que, en todo caso, la idea del retiro se generó en un contexto demográfico distinto al actual. Además esta historia ilustra la duda de un retiro como producto de un pacto social de reciprocidad, y plantea la sospecha de que ha sido, por lo menos en parte, un dispositivo para desocupar espacios sociales para las nuevas generaciones.

La vejez es la etapa más heterogénea de la vida. Existen personas mayores que corren maratones y existen personas mayores con demencia. En esa variabilidad, los reportes de salud global muestran que actualmente las personas en su mayoría están en condiciones de llegar suficientemente saludables, alertas e independientes a las edades tradicionalmente consideradas del retiro, pero persisten los estereotipos y prejuicios.

En la actualidad, cada vez más personas mayores están ocupando posiciones de poder en todo el mundo. También en nuestras familias y comunidades existen adultos mayores que gozan de buena salud e independencia, y que proporcionan valor mientras persiguen sus propias metas. A pesar de esto, a menudo estamos influenciados por prejuicios acerca de la edad y tendemos a pensar que estas personas son la excepción. Nos hemos acostumbrado a la idea de que “los verdaderos mayores” son aquellos que sufren de enfermedades, discapacidad y dependencia.

Como resultado, muchas personas mayores de 70 u 80 años expresan que “todavía se sienten jóvenes”, porque hemos reproducido e introyectado que una persona mayor está marcada principalmente por las pérdidas.

Cabe resaltar que la mayoría de la heterogeneidad en la vejez se debe a causas sociales. Si una buena proporción de personas mayores en nuestro país viven en condiciones adversas, habría que preguntar si estos son “problemas de la vejez”, o “problemas amplificados por la vejez”. Lo que, en su caso, pone en evidencia que hacen falta criterios distintos a la edad cronológica para distribuir espacios sociales, incluyendo los del trabajo.

La respuesta a la cuestión de qué hacer respecto de la longevidad no está completamente en las reformas al retiro. En las protestas de Francia una consigna recurrente ha sido que la vejez es “la edad para disfrutar”. No sé si en Francia las experiencias íntimas del trabajo sean una carga, pero en México para muchos el trabajo no es una fuente de satisfacción, logros y afectos positivos. Por ejemplo, la OCDE muestra que México es el país con el peor balance vida-trabajo. Quizá para la mayoría de las personas en México, el trabajo efectivamente sea como un castigo y el retiro, entonces, se entienda lógicamente como una recompensa.

En este sentido, una reforma del trabajo realmente efectiva, además de abordar las pensiones, las edades de retiro y la inclusión laboral, tendría que proporcionar condiciones más justas y satisfactorias para el trabajo a lo largo de toda la vida. Se debe cambiar la idea de que existe una vida que se pospone hasta el momento en que se termina con la cuota de trabajo, por la idea de una vida satisfactoria que incluya al trabajo. En esa dirección, algunas ideas que son producto de la pandemia ya están aquí y podrían abonar en ese sentido, incluyendo la semana de trabajo de cuatro días y la flexibilidad del trabajo remoto.

*Gustavo Morelos Padilla es doctor en Ciencias Sociales y candidato del Sistema Nacional de Investigadores. Es profesor de Gerontología Social en CETYS Universidad, campus Tijuana www.linkedin.com/in/gmpadilla

Nota del editor: Este texto pertenece a nuestra sección de Opinión y refleja únicamente la visión del autor, no necesariamente el punto de vista de Alto Nivel.

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