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Opinión

Los extremos nos han secuestrado

20-09-2022, 6:00:00 AM Por:

Ambos extremos coinciden en varias cosas: No aceptan críticas, ni diálogo. A ambos les molesta la globalización por diferentes razones y prefieren un mundo más insular y provincial.

El fenómeno es mundial porque el mundo es el que ha cambiado. Ya no hay política de centro, de argumentación, negociación y compromiso. Hay que tomar bandos y pelearse a muerte contra los rivales, que ahora son enemigos. En esta batalla solo hay un ganador, los dictadores populistas. Ellos se aprovechan de los pleitos y, si les conviene, los fomentan. Intuyen que el mundo ha cambiado, pero no proponen nada nuevo para resolverlo, salvo mantenerse en el poder. Son vivos, no inteligentes.

Los extremos son raros. El de izquierda es romántico, infantil y niega las realidades (económicas y biológicas). Cree que la utopía se encuentra en el futuro. En ese lugar ideal no hay desigualdad de ningún tipo, todos somos muy individuales y muy diversos, curiosamente, debemos ser muy iguales y muy conformes: “Puedes creer que eres lo que quieras, pero tienes que pensar igual que nosotros”.

Si alguien defiende lo presente, es porque es un privilegiado. No importa si se destruye al mundo con la utopía, no importa si los argumentos no tienen sustento, todo es posible en el mundo mágico de la imaginación. Si alguien quiere defender el pasado, más vale que se vaya a la prehistoria, cuando el ser humano era una bella bestia al natural y no había sociedades, gobiernos, ni problemas, ni manera de comprobarlo. 

El mundo del futuro es tan mágico que cualquiera puede ser lo que quiera, aunque su naturaleza diga otra cosa. La razón no existe, los datos no valen y todo es relativo. “La única verdad es lo que nosotros digamos… hasta que cambiemos de opinión”.

La extrema derecha es menos optimista e imaginativa, pero no menos ilusa. Piensa que el futuro y la grandeza están en un pasado mítico donde cada quien tenía su lugar. No quiere gente “rara” a su alrededor, ni en barrio ni en las fronteras. Ni por color de piel, ni por preferencias sexuales, ni por religión, ni por ideas nuevas. La grandeza ya pasó y hay que recuperarla por la buenas o por las malas.

Ambos extremos coinciden en varias cosas: No aceptan críticas, ni diálogo. A ambos les molesta la globalización por diferentes razones y prefieren un mundo más insular y provincial. Ninguno entiende por qué la globalización fue buena ni por qué ya no es tan posible. Exacto, son ignorantes y no lo saben o no les importa.

La política es un invento para convivir en grandes grupos sin que unos se maten a otros. Por lo menos, que no se maten muchos o que no maten a los más poderosos. Sale más barata la política que la violencia, pues.

La democracia le da poder a la mayoría, pero sin detrimento de las minorías. Los gobernantes son temporales. El poder está dividido. Se puede y debe razonar. Puede haber alianzas. Hay derechos. Para corregir un error se puede ir a votar.

Las dictaduras, en cambio, sean comunistas, fascistas o religiosas, le dan el poder a un pequeño grupo que se mantiene a la fuerza con justificación divina o ideológica. No se vale matar, excepto a los opositores del régimen y, de vez en cuando, al dictador longevo. El poder está concentrado y así debe estar. El pueblo es un menor de edad. No tiene ningún derecho, solo prerrogativas otorgadas temporalmente por el dictador.  Lo errores no suelen corregirse sino amplificarse.

Los extremos no son buenos ni para las dictaduras ni para las democracias. Ambos sistemas tratan de mantener el centro porque ahí está el margen de maniobra.  Cuando el centro se va a los extremos generalmente surge o se hace necesaria una política populista que engañe o reprima a la población con una guerra civil, una guerra externa o ambas. Las democracias se pueden perder y las dictaduras se pueden volver extremas como en Rusia, Venezuela, Cuba, Corea del Norte…y ¿China? Las dictaduras son más tontas que las democracias, las dictaduras extremas, son extremadamente tontas porque dependen de un solo tonto.

El mundo industrializado de libre intercambio internacional y alta especialización, basado en la paz Americana, con muchos jóvenes, ha cambiado. La población se ha contraído y ha envejecido. Las cadenas productivas se han dislocado. El COVID-19 es catalizador. Estamos en proceso de descubrir lo que viene y lo que se mantiene. Ni la izquierda ni la derecha extremas entienden que la globalización nos dio 70 años de crecimiento económico y bienestar, como tampoco entienden que va de salida, no por ideología, sino por realidad demográfica.

Viene un mundo más regional con muchos viejos y pocos jóvenes. Unos sueñan con el pasado glorioso y otros fantasean con un mundo utópico. Ninguno acaba de entender lo que realmente funcionó ni de imaginar lo que puede funcionar. Algunos países son más frágiles que otros por geografía o por demografía, y la fortaleza de las instituciones no es garantía. Cuando la economía cambia, la política tarda en ajustarse y nunca faltan los ignorantes ruidosos, los vivales que se venden como salvación, ni los tontos que se lo creen.

Nota del editor: Este texto pertenece a nuestra sección de Opinión y refleja únicamente la visión del autor, no necesariamente el punto de vista de Alto Nivel.

autor Director y fundador de Semáforo Delictivo.
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