¿Qué tan sostenible es nuestra sostenibilidad?

Sin duda se requieren incentivos fiscales y el verdadero compromiso de las empresas de generar un impacto real, traducido en acciones, no sólo en informes anuales de ESG con cifras maquilladas.
ace poco más de un mes que llegué a vivir a Auckland, Nueva Zelanda y me he sumergido de a poco en la cultura de la sostenibilidad en su forma más cotidiana, mediante acciones que cada habitante de este hermoso país lleva a cabo diariamente. Recordemos que el concepto de sostenibilidad de la ONU desde 1987 se refiere a: “satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la habilidad de las futuras generaciones de satisfacer sus necesidades propias.” Esta definición de cuidado de nuestros descendientes es la cosmovisión del pueblo Maorí desde hace más de 400 años.
Mientras que en Occidente el sistema promueve el consumismo desmedido, enfocado en el derroche como símbolo de estatus, aquí se trata de usar, disfrutar, comer, vestir, construir, etc., sólo lo que necesites, –NECESITES-, en negritas y con mayúsculas, pues no eres eterno. Después de ti, otras personas deberán tener acceso a lo mismo y mantenerlo, cuidarlo y regenerarlo, es tu responsabilidad.
Podríamos romantizar esta forma de vivir, regresando a ese señalamiento tan común de “es que allá está más fácil porque…” Y cuestionar todas las ventajas del primer mundo en comparación a los países en vías de desarrollo. Pero lo que veo es simplemente a organizaciones no lucrativas, escuelas, academia, empresas de todo tipo de industrias y servicios, gobierno y ciudadanía, alineados al mismo objetivo: “satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la habilidad de las futuras generaciones de satisfacer sus necesidades propias”.
Pero no es greenwashing. Los neozelandeses conciben la sostenibilidad desde temprana edad. Por ejemplo, en cada colegio, las infancias tienen retos de creatividad utilizando materiales como pet, ropa, artículos que ya no van a usar en la forma en la que están creados, para hacer algo distinto con ellos. En cada espacio donde se coloca la basura, la gente puede dejar muebles, ropa, artículos para mascotas o para el hogar, que ya no necesita y quien lo requiera, puede tomarlo y llevarlo a casa. No se considera basura y no es vergonzoso darle una segunda, tercera, cuarta o nonagésima oportunidad a algo. En las universidades, cada estudiante de cualquier carrera tiene la asignatura de sostenibilidad como parte del tronco común. Y va un poco más allá: Un pescador no puede simplemente monopolizar la cantidad de pescado para venderlo. Tiene un límite de la cantidad de peces que puede tomar del mar, porque el mar no es suyo, es de todos.
Entonces, ¿cómo podemos hacer las cosas de forma diferente? Trabajar por una verdadera sostenibilidad implica dejar a un lado el arcaico hábito de “servirse con la cuchara grande”, además de apelar a una forma regenerativa de hacer las cosas (si tomo dos árboles para construir un mueble, estoy obligado a sembrar dos árboles). Sin duda se requieren incentivos fiscales y el verdadero compromiso de las empresas de generar un impacto real, traducido en acciones, no sólo en informes anuales de ESG con cifras maquilladas. La sostenibilidad es muy rentable, pues empuja a las organizaciones a estar en constante innovación para aportar mayor valor a sus productos o servicios.
Nota del editor: Este texto pertenece a nuestra sección de Opinión y refleja únicamente la visión del autor, no necesariamente el punto de vista de Alto Nivel.
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