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Opinión

Tenemos sed de ideología

31-08-2021, 6:00:00 AM Por:
© Unsplash

No hay humano sin ideología, es una condición natural. Si somos seres ideológicos, ¿existe alguna ideología recomendable?

“Una idea es algo que tienes; una ideología es algo que te tiene a ti.”

Morris Berman

– Esto… es finalmente en lo que creemos… son nuestros valores compartidos… es lo que nos da orgullo ser… ¡es lo que nos da propósito y lo que nos une!-

Un aplauso fuerte y algunas ovaciones se escucharon en el público, la ponente hace un ademán de abrazo y una pequeña reverencia.

No, no se trata de un mitin político, tampoco es una ceremonia religiosa, pero es algo muy parecido; el cierre del discurso de la Presidenta y CEO de un corporativo en una fiesta de fin de año.

Pero, ¿qué tienen en común las empresas, la política y las religiones?

No le demos vueltas al asunto, tienen en común que todas usan sistemas de creencias para influir, y estos sistemas son tan necesarios para nuestro ser como el agua porque queremos ser influidos.

El ser humano ha tratado de ser definido por muchas cosas en su actuar: Freud aseguró que Eros y Thanatos son sus dos grandes impulsos; Aristóteles que es un zoon politikón, John Stuart Mill que es un homo economicus y Hannah Arendt temió que el animal laborans termine por dominar este mundo.

Nuestro pequeño grecolatino interno hace que estas descripciones nos sean inmediatamente reconocibles como sexo, muerte, política, economía y subordinación. Todas ellas importantes al máximo para definir al humano, pero hay una pulsión humana tan evidente y poderosa pero que no ha sido reconocida lo suficiente: la ideología.

Entre tantas definiciones, convengamos que una ideología es un sistema de ideas, creencias y valores que vive en la mente de un grupo de personas. La ideología dominante surge por una conveniencia percibida para la especie, y el buscarla parece una predeterminación biológica que por lo general termina siendo cruel o por lo menos confrontativa para alguna de las partes involucradas en el proceso, ya que cuando un grupo piensa estar “muy” en lo correcto, hay otro que no lo estará.

¿Te parece correcto lo que creen los talibanes sobre la mujer? ¿Crees que ellos piensen que es correcto aspectos importantes de lo que tú crees es la libertad?

¿Te permites la explicación de que en el proceso que sigue un pueblo para su autodeterminación naturalmente pasa por la alienación del anterior? ¿Crees que ellos se permitan entender lo que significa la equidad? ¿Crees que se permitan entender la libertad sexual?

¿Crees que se den cuenta que otra ideología extranjera (china) pronto aprovechará la situación? ¿Crees que tú te des cuenta de que alguien ya se está aprovechando de ti?

Parece que no es fácil permitirnos eso, y es tan angustiante como natural.

El ser humano necesita tanto creer en algo como comer y es sumamente doloroso comprender la crueldad de esa naturaleza. Pocos se detienen a observar el simple hecho de lo que implica que cada ser vivo se alimente de otro; mucho menos agradable es entender lo que es conveniente para una especie, como el que un oso macho tenga el impulso de comerse a algún osezno para que la osa entre en celo de nuevo: cuando vemos en TikTok a las osas retozar en las albercas de las casas con sus bebés se debe a que huyen con sus críos a sitios con humanos porque descubrieron que a los machos les da miedo. Queremos ver sólo lo que consideramos bonito pero la naturaleza abarca mucho más.

En el humano, al grupo en el poder le conviene la demonización de la ideología que dominaba antes y por supuesto que se llevará “entre las patas” a muchos y no por ello deja de ser natural.

La realidad es cruda y cruel, y preferimos evitar pensar sobre ella. De ahí que, por el dolor que produce, nos cueste trabajo detenernos a entender que:

  • Lo que llamamos “bien y mal”, “correcto e incorrecto” así como “verdad y mentira” no es más que una nube de ideologías en la que recargamos nuestro cerebro.
  • Nuestra ideología predominante cumple una función social que es parcial y momentánea.
  • Esa ideología también beneficia directamente a un grupo con poder que la promueve.
  • La mayoría de las creencias que conforman esa ideología no las pensamos nosotros, no son ideas que fueron producidas por un pensamiento propio, fueron inyectadas y nos proporcionan esperanza o miedo.

Civilizar lo salvaje

El discurso de fin de año de nuestra admirada Presidenta y CEO es solo parte de una propaganda interna, la llamada cultura organizacional:

En una automotriz la “cultura” es de máximo esfuerzo con poco presupuesto y el orgullo de entregar la vida 16 horas diarias; en una farmacéutica se promueve el “unbossed” (autogestión) y el salario emocional; en una empresa de redes sociales, el ser diversos y ágiles; todas usarán slogans, rituales y una jerga para pertenencia. Incluso se hablará de manera Goebbeliana de que hay “talento que no es aceptado porque no encaja con la cultura” o de que hay que “evangelizar”. Eso sí, todas ellas promueven una ideología que “civiliza y beneficia”.

¿Consideras a los pueblos originarios como salvajes? Cuidado, podrías ser cancelada y quizás tú misma te sientas culpable por siquiera pensarlo, e incluso es posible que un representante de algún pueblo originario te enfrente para hacerte ver tu discriminación si la publicas. Pero, ¿qué pasa cuando te enteras que en varios de esos pueblos las hijas se pueden “vender” o que un “ojo por ojo” es “legal” o que algún tipo de droga es utilizada por niños? ¿Deberías civilizarlos o respetarlos?

“Es que es cultural”, alguien responderá con cierta razón. La cultura es hermana gemela de la ideología: son Isis y Neftis, casi indistinguibles. Ambas resuelven un problema de la sociedad que las adopta: el tipo de comida, de convivencia, de vestimenta, de dioses. La oscura y delgada diferencia radica en que la segunda se propaga para beneficio de un pequeño grupo de poder (no una minoría) para validar socialmente sus intereses y luego se vuelve cultura. Si lo dudas, observa tus propias costumbres incluyendo el lenguaje que utilizas.

Identidad emocional

El humano es quizás el único animal autoconsciente, que no es otra cosa que una identidad explícita: es un “yo soy” que en realidad es un “creo que yo soy”. El hueco existencial de lo que crees es abismal y se tiene que llenar, así surgen las preguntas filosóficas eternas e incontestables. En ese estado primigenio, si alguien nos señala al Sol como un dios y nos explica con cierta lógica que un dios es algo así como un progenitor, respiramos un poco más aliviados y esperamos que nos cuide. Tenemos sed de un sistema de creencias.

Hoy, como humano moderno, alguien puede erigirse como ateo sin darse cuenta que es otra ideología y que se aferrará a ella de la misma manera que el religioso: con la jerga y frases que alguien le proporcionó para “pensar”. Habrá alguien más apático sobre temas divinos, pero… pobre de tí si hablas mal de su político favorito. Quizás a otra persona le importe poco el presidente, pero… pobre de tí si cuestionas algo del feminismo. Y la lista sigue y nadie se libra: ni siquiera un artista que pensamos como un ser libre, ni siquiera un científico que creemos que son los seres que salvaguardan la verdad.

Es impresionante observar cómo la investigación científica está limitada por un conjunto dominante de suposiciones sobre cómo funciona el universo. Históricamente y hasta la fecha, se ignoran los hallazgos científicos que no encajan con el paradigma dominante que prevalece. Los científicos suelen también estudiar sobre temas que son financiables. Finalmente, los resultados de investigaciones de varias disciplinas que son negativos no se citan con tanta frecuencia; por lo tanto, no interesa publicarlos, y la reputación científica se basa mucho en la publicación y el número de citas.

Claramente la ciencia es ideológica y este hecho nos lleva a comprender mejor a este tipo de humano, al que creíamos el máximo exponente del homo sapiens (el que se supone busca ser sabio) y a desnudarlo en sus verdades fundamentales:

El científico por una idea de reproducirse y sobrevivir (Freud), politiza su búsqueda de la verdad (Aristóteles), el dinero al final gana (Stuart Mill) y en vez de buscar libertad, pluralidad y solidaridad, termina valorando más su vida y la abundancia (Hannah Arendt)

Si eso es un científico, ¿que nos queda al resto de pobres mortales?

Nace entonces el homo ideologicus y su búsqueda por la identidad emocional, que cuando se logra (gracias a su propio esfuerzo y al de un grupo que le proporciona el sistema de creencias) solo falta “soplar” una instrucción, y ese homúnculo formado por personas pegadas con una sola mente grupal, obedecerá: obedeceremos al llamado.

No hay humano sin ideología, es una condición natural.

Si somos seres ideológicos, ¿existe alguna ideología recomendable?

Siempre te dirá alguien que sí, que te acerques a la suya… pero que no es una ideología (porque la palabra tiene una connotación negativa) y te ofrecerán pruebas de esa verdad, testimonios y el que experimentes en carne propia lo que supone su sistema.

Yo te ofrezco una primera opción: adoptar el llamado pensamiento crítico en la medida de tus posibilidades, que puede ser como el de Aristóteles (primeros principios) o el de Descartes (el método de duda), con ello se acerca uno a disminuir los efectos previamente señalados.

Empieza por reflexionar con sinceridad si tus pensamientos son tuyos o más bien son los de alguien más. Si alguien te cuestiona esas ideas y contestas “es que no entiendes”, seguramente tu mente es solo parte de un coro que repite un slogan y tu corazón está entregado a un estado de ánimo de pertenencia que es útil para tener una sensación de propósito y dirección.

La segunda opción es adoptar la ideología que quieras para tu beneficio, pero conscientemente, y quizás hasta convenga que la propagues vehementemente. Esto es ideal siempre y cuando el explotado por esas ideas no termines siendo tú mismo.

La tercera es más difícil, pero no niegues que suena interesante: crear una ideología tú mismo.

Nota del editor: Este texto pertenece a nuestra sección de Opinión y refleja únicamente la visión del autor, no necesariamente el punto de vista de Alto Nivel.

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autor Conferencista, profesor y consultor en persuasión e imagen pública.
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