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Los desafíos y la gran oportunidad de México en 2018

El rezago educativo, la impunidad y la corrupción están generando costos económicos que ponen en desventaja a México frente al mundo.

Los desafíos que México ha enfrentado en el transcurso de este año han puesto a prueba la capacidad de reacción de nuestro país de manera muy diversa. Si bien en materia macroeconómica hemos podido salir adelante y se han logrado superar algunos obstáculos, los retos por vencer son mayores.

Conmiras hacia 2018 lo más pertinente es analizar las fortalezas y debilidades que tenemos y realizar un ejercicio de prospectiva para consolidar el proyecto de nación que queremos construir en el largo plazo.

Más allá de la coyuntura, primero es necesario entender que el país es un actor importante en el tablero del ajedrez mundial, razón por la cual el primer paso es analizar los eventos más importantes que se viven en el radar global: la incertidumbre de la globalización (expansión del populismo nacionalista, debilitamiento de las democracias y desigualdad social), el neoproteccionismo (cambio en las posturas de acuerdos comerciales, debilitamiento de alianzas y guerra fría comercial y financiera), la crisis económica mundial (estancamiento del crecimiento económico y costos de la corrupción) y los cambios en la estructura del Estado-Nación.

Estos elementos globales tienen su efecto directo en el país y se ven reflejados en un clima de cautela por parte de los agentes económicos, tanto a nivel externo como a nivel local.

Todos ellos agregan riesgos a un de por sí turbulento panorama económico que se manifiesta por diferentes vertientes: comerciales, económicas, financieras o fiscales, de tal forma que el comportamiento de estas variables es un reflejo del entorno económico actual.

El próximo año, nuestro país enfrentará cambios importantes, pero no solo en lo político con la nueva administración; también son decisiones de corte económico que trascienden más allá del aspecto coyuntural o de un sexenio.

Su profundidad debe mirar a siguientes generaciones y cambiar estructuras, las cuales van desde la modernización en las relaciones comerciales con nuestros principales socios, hasta generar nuevas competencias, replantear las relaciones con otras regiones económicas, crear nuevos detonadores de crecimiento, direccionar políticas públicas y reducir las brechas.

En resumen, se trata de construir un proyecto de país a largo plazo, que nos exige como nación emprender acciones puntuales en torno a la educación, al desarrollo tecnológico, así como a la instrumentación de una política industrial interna, misma que debe tener más profundidad e interacción hacia el futuro.

Pero hay otros aspectos a considerar que durante 2018 marcarán gran parte del futuro de México. Uno de ellos son los efectos que sufrió gran parte de la zona centro y sur debido a las catástrofes naturales: inundaciones y terremotos de septiembre pasado. Estos últimos dañaron severamente la Ciudad de México y estados como Puebla, Morelos, Chiapas y Oaxaca, cuya reconstrucción costará más de 37,000 millones de pesos (mdp); 10,000 mdp serán para vivienda.

Las metas macroeconómicas, en finanzas públicas y políticas públicas de desarrollo, tienen que ser replanteadas en función de una reconstrucción integral de la economía, que implica la reactivación industrial y del tejido social y productivo.

Una de las oportunidades más grandes que se presentan para México se genera desde las zonas más rezagadas y marginadas del país. Más que nunca el desarrollo del sudeste juega un papel fundamental en la dirección que nuestra economía debe tomar a futuro. Las Zonas Económicas Especiales (ZEE) hasta ahora decretadas, como Puerto Chiapas, Lázaro Cárdenas y Coatzacoalcos, deben generar detonadores para reactivar e impulsar su crecimiento, no solo como polos de desarrollo para atraer inversiones, sino también para construir cadenas productivas con alto contenido nacional, en las cuales se fomente la innovación y el empleo, y exista transferencia de tecnología. De esta manera se crearán nuevas capacidades productivas en esas regiones y se reducirá la marginación.

Ahora bien, los contenidos y políticas que rijan estas ZEE deben de ser vinculatorias, es decir, tienen que crear compromisos para todos los actores económicos, tanto públicos como privados.

La conceptualización de los programas en dichas zonas especiales debe fundamentarse buscando que en estas regiones se cierre la brecha que hoy tienen con respecto a la dinámica de crecimiento del centro y norte del país.

Los últimos pronósticos del modelo Tlacaélel, realizados por Consultores Internacionales para el cierre de 2017, señalan que el PIB crecerá en un rango de 1.7 a 2.2%, la inflación podría cerrar el año en un rango de entre 6.3 y 6.8%, y el tipo de cambio entre 18.52 y 19.32 pesos por dólar.

Para 2018 se estima que el crecimiento de la economía mexicana se ubicará en un rango de 2.2 a 2.7%, mientras que el avance en los precios al consumidor se ubicará entre 4.3 y 5.3%. El precio del dólar se estima en el rango de los 18.4 a 19.2 pesos por dólar para el cierre del año.

A partir de 2018 también hay aspectos considerados bombas de tiempo para el país, como las pensiones, la inseguridad, la impunidad, el rezago educativo y el peso de la deuda. De no atacarse inmediatamente, tendrán consecuencias generacionales con profundos daños económicos que será muy difícil revertir.

No basta con mantener la estabilidad de los fundamentales macroeconómicos para incrementar la competitividad; México debe atacar estos problemas de raíz y apostar por la calidad en la educación, el Estado de derecho, la transparencia y la competitividad.

Estas bombas de tiempo también tienen un peso importante en la parte fiscal. Desde hace varios años, el presupuesto dejó de ser un instrumento catalizador del crecimiento y se ha favorecido el avance de la deuda, así como una reducción del gasto en infraestructura.

Si bien en la parte del presupuesto la tarea no es sencilla –se necesita una reasignación óptima de recursos y disciplina férrea del gasto–, la reorientación debe ser enfocada a la infraestructura productiva, con austeridad, transparencia y eficiencia, sin que ello implique aligerar el proceso de consolidación fiscal o comprometernos a un escenario restrictivo.

México tiene fortalezas claras para enfrentar el próximo año: su estabilidad macroeconómica, su posición geoestratégica y el elevado compromiso de población; sin embargo, el rezago educativo, la impunidad y la corrupción están generando costos económicos que nos ponen en desventaja frente al mundo.

Para atacar estas debilidades debemos tener bien claro un proyecto de país que se sustente en una visión integral y hacia el futuro; que sea responsable, sustentable y transparente; que tenga la capacidad y el objetivo de atacar los rezagos de fondo, para que podamos tener un crecimiento económico mayor al promedio actual de 2.0% y pasar a tasas de expansión superiores al 4.0%. El trabajo será arduo.

*El columnista es presidente del Consejo de Administración de Coraza Corporación Azteca. Estudió Economía en la UNAM. Realizó estudios de Comercio Exterior, Productividad y Análisis Económico en EU, Gran Bretaña y Japón.

autor Consultor y presidente del Consejo de Administración de Coraza Corporación Azteca.
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