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Opinión

Andrés Manuel López Obrador y Luis Echeverría Álvarez

30-01-2018, 7:00:00 AM Por:

¿Hay semejanzas o diferencias entre el precandidato presidencial Andrés Manuel López Obrador y el expresidente Luis Echeverria Álvarez? El economista Sergio Negrete dedica su opinión semanal a este análisis.

Nota del editor: Este texto pertenece a nuestra sección de Opinión y refleja la visión del autor, no necesariamente el punto de vista de Alto Nivel.

La falsa muerte de Luis Echeverría Álvarez en semanas recientes quizá fue extraña entre millones de mexicanos: una noticia de un pasado lejano que no vivieron ni de cerca. Echeverría llegó a la Presidencia de la República hace 47 años. Nacido el 17 de enero, acaba de cumplir 96 años. Fue un Maquiavelo de la política, conocedor como pocos de ese sistema político, el del PRI omnipotente manejado por un Presidente que era un emperador sexenal. Y así se comportó, en lo político y lo económico. Hoy tiene un imitador ferviente de sus ideas y su forma de gobierno, afanoso creyente en el voluntarismo como impulsor de un proyecto nacional, Andrés Manuel López Obrador.

Excepcionales políticos, ignorantes de la economía

Echeverría es un abogado con una antena política formidable, aunque nunca dotado para la economía. Nació, creció y envejeció con un PRI omnipotente. Se unió al partido como parte de su ingreso al servicio público. Fue una carrera en la sombra de la burocracia, nunca con un cargo de elección popular hasta que llegó a la punta de la pirámide.

Andrés Manuel López Obrador es un politólogo con una intuición política igualmente extraordinaria, tampoco dotado para la economía. Fue un clásico “fósil” de la UNAM, tardando muchos años en terminar la carrera, y con una ristra de materias reprobadas a lo largo del camino, destacadamente en economía. Ingresó al PRI en plena era echeverrista, justo cuando el partido se encontraba en el apogeo de su poder. Fueron los vientos iniciales de resquebrajamiento del sistema todopoderoso, con el PAN ganando gubernaturas y Cuauhtémoc Cárdenas retando con fuerza al sistema político, lo que llevó a su cambio al naciente PRD. En 2014 llevó el personalismo partidista a su máxima expresión: creando su propio partido para que nadie rivalizara con su afán de buscar la presidencia por tercera vez.

El primer Secretario de Hacienda echeverrista, Hugo B. Margáin, no gustó al titular del Ejecutivo. A Margáin le desagradaban los déficits fiscales excesivos, y le preocupaba el endeudamiento que era necesario para financiarlos. Trató de frenar el gasto que Echeverría ordenaba ejecutar. Le advirtió con vehemencia que dicho endeudamiento tenía un límite. El titular del Ejecutivo recurrió a la salida sencilla: lo despidió, y como premio de consolación le pregunto qué podía ofrecerle. Margáin optó por ser Embajador ante el Reino Unido. El Presidente nombró a un amigo de la infancia, igualmente abogado neófito en economía (nunca había sido funcionario de la dependencia) al frente de la SHCP. Ante la alarma que desató el nombramiento, Echeverría no pudo ser más abierto, diciendo que las finanzas nacionales se manejaban desde Los Pinos. Más claro ni el agua.

AMLO se muestra fascinado por la economía, y no duda de su capacidad para manejarla. Planes, propuestas, hasta libros ha escrito al respecto. Nadie podría acusarlo de ser vago sobre sus ideas. Al contrario, el nivel de detalle es impresionante. Nadie puede llamarse a engaño si ocupa La Silla y empieza a ejecutar lo tantas veces dicho de palabra y por escrito. El problema no es sólo la ignorancia de la economía o las finanzas, sino que, como Echeverría, se considera dotado para su manejo sin nunca haber tenido el conocimiento o la experiencia.

Algo inusual en México, López Obrador ya presentó su futuro Gabinete. Hay varios nombramientos preocupantes por su inexperiencia o ideas demagógicas. Sin embargo, para la SHCP designó a Carlos Urzúa, un respetado académico, matemático con posgrados en economía en Estados Unidos. La reputación del Dr. Urzúa, además experto en finanzas públicas, es impecable. No tiene experiencia en el sector público federal, pero es algo que puede considerarse como menor. El problema es otro: AMLO lo puede correr con tanta facilidad como LEA despidió a Margáin.

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El dinero sobra, cuestión de ser honrado

La economía obradorista (o pejeconomía) considera como la echeverrista que el dinero es una especie de producto infinito. Es como si el gobierno contara con una máquina para imprimir billetes. En la imaginación de AMLO no existen restricciones presupuestales o costos. Los programas que propone (como aquellos en que regalaría dinero a estudiantes y ninis) se contabilizan multiplicando el monto prometido por el número de beneficiarios. El costo burocrático de crear padrones y administrar recursos es cero. Echeverría era especialista en crear Fideicomisos, AMLO muestra fascinación por los programas, particularmente aquellos que entreguen dinero en forma directa a ciertos grupos.

Producto de las crisis (incluyendo la iniciada por el propio Echeverría), López Obrador arropa sus estratosféricas propuestas de gasto con un lenguaje prudente. Ofrece que no habrá déficit público, y por ello tampoco nuevo endeudamiento. No se molesta en cuadrar ese círculo dada la imposibilidad de hacerlo. Recurre a la fantasía: él, López Obrador, es honrado. Como es honrado, una vez en la presidencia, todo el mundo seguirá su ejemplo. De Palacio Nacional emanará una luz que transformará a todo funcionario, hasta el más humilde municipio, en un dechado de honestidad. Se ahorrarán cientos de miles de millones de pesos. Presto, ya se tiene todo el dinero que se requiere para cumplir lo ofrecido. El detallo adicional de que AMLO gusta de rodearse de personajes que no tienen precisamente fama de honradez es otro detalle que muestra cinismo o ingenuidad por su parte.

Ese dinero en abundancia también llegará a los salarios. Como Luis Echeverría, López Obrador cree en la sabiduría de los aumentos por decreto. Ya los tiene prometidos para todos aquellos en la nómina del Gobierno Federal (aparte de que eso atrae votos). Además, claro, un salario mínimo que llegará a la estratósfera. Echeverría (impulsado por la mente de ese político de todos los moles, Porfirio Muñoz Ledo) creía que los aumentos impulsaban el mercado interno y que los empresarios eran “miopes” por no darlos. No importaba, se hacía por decreto. El resultado fue mayor inflación.

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México, país rico con gente pobre

La pejeconomía, como la echeverrista, considera que la riqueza de un país fluye de los recursos naturales. Una visión ya caduca hace medio siglo, pero más hoy. AMLO se cree y cultiva ese cuento fervientemente escuchado por tantos niños (y adultos) de México: es la nación que tiene forma de “cuerno de la abundancia”, es un país inmensamente rico que tiene gente pobre, en parte por culpa del gobierno. López Obrador es hijo del sureste mexicano, obsesionado con el petróleo y el agua. Son los pozos de su estado, el Río Grijalva, los que desatan su pasión y propuestas. Considera la energía como un insumo que debe ser barato, obviamente producido con eficiencia y honestidad por el gobierno.

Por eso la obsesión con las refinerías, de las que ahora ofrece construir dos nuevas (una en Tabasco, la otra en Campeche) aparte de reconfigurar las existentes (a un costo que, por supuesto, no se molesta en cuantificar, pues el dinero sobrará). Durante su sexenio México será autosuficiente en gasolina. Esta ambición en un planeta en que despegan los transportes eléctricos y en que las primeras planas las ocupa la visión de Elon Musk, no las del CEO de General Motors.

Ante esa narrativa de utopía energética nacionalista no hay hechos que valgan. Las pérdidas astronómicas de Pemex en general y Pemex Refinación en particular no las considera como algo digno de consideración. Una de las llaves de la prosperidad del país está en el crudo y sus refinados. Se obstina en no ver el desastre que fue en el pasado para México, y en años recientes para Venezuela, apostar a esa carta. Ignora que la verdadera clave del mayor bienestar reside en permitir el auge de la productividad. AMLO es incapaz de entender cómo países como Corea del Sur o Suiza son tan ricos cuando prácticamente no tienen “nada”.

La obsesión echeverrista con el campo se reproduce también en el tabasqueño. Regresaría ese subsidio distorsionador de las actividades productivas que fueron los “precios de garantía”. AMLO no ve campos tecnificados con hotalizas o berries, sino maizales y plantas de frijol. Postula que México no debe importar productos esenciales. De la misma manera en que desea, a un costo astronómico, la autosuficiencia en gasolinas, igual la propone en alimentos. No importa que ello finalmente se limite a ciertos productos (¿el mítico maíz?), el costo y distorsiones asociadas serían enormes.

El estilo personal de López Obrador

Hay otra peculiar similitud entre Echeverría y López Obrador: la obsesión por la actividad presidencial. El-Señor-Presidente-de-la-República es un individuo incansable, imparable. Su presencia provoca, activa, dinamiza. Viaja infatigable por todo el país. Ya López Obrador ha declarado que su gobierno sería itinerante. Para demostrar su interés en atacar el problema de la inseguridad, ha dicho que tendrá juntas todos los días por la mañana para analizar la situación con el Gabinete respectivo. Además, regará dependencias federales a todo lo largo y ancho del país.

Echeverría adoraba las juntas, de preferencia simultáneas. Iba y venía, revoloteando por las diversas salas de Los Pinos. Nadie se movía si El Señor estaba presente. La capacidad de Echeverría para controlar su cuerpo convertía esos maratones en verdaderas torturas para aquellos necesitados de visitar un baño. José López Portillo cuenta en sus memorias que logró aguantar lo mismo que su amigo… una vez y a costa de un esfuerzo titánico. Miguel de la Madrid narra en las suyas que en ocasiones el titular del Ejecutivo, agotado, se dormía en la junta respectiva, y que uno no sabía si seguir con la reunión o velarle el sueño.

Había juntas de ocho, 10, 14 horas. Se decidía poco o nada, se divagaba mucho, al tiempo que Echeverría escuchaba a sus expertos (arrancados de su trabajo) y no resolvía, o quizá determinaba que se necesitaba una nueva junta. Un Gobernador de la época lo comparó con una ardilla en una jaula giratoria: mucho esfuerzo sin llegar a ninguna parte.

Atrapado en el pasado

Andrés Manuel López Obrador llegó a la edad adulta en el sexenio echeverrista, el pináculo del priato. Ahí se quedó, obnubilado por ese poder absoluto que mandaba sobre la política y parecía regir la economía (parece ignorar que acabó en crisis). Es a lo que aspira, controlando con mano férrea a su partido y proyectando sus acciones a partir de su persona, no instituciones. El marco de referencia de la pejeconomía es 1975, cuando debería ser 2025.

El autor es doctor en Economía (Essex), economista (ITAM) y comunicólogo (UNAM). Profesor, Escuela de Negocios del ITESO, Investigador Asociado CEEY. Trabajó en el FMI.

autor Doctor en Economía (Essex), economista (ITAM) y comunicólogo (UNAM). Profesor, Escuela de Negocios del ITESO, Investigador Asociado CEEY. Trabajó en el FMI.
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