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De Opinión

Por qué INEGI no debió cambiar la metodología sobre pobreza

20-07-2016, 4:59:27 PM Por:
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El cambio de la metodología del INEGI para medir la pobreza convierte a 2015 en el año cero, mandando a la basura todo el trabajo estadístico precedente y provoca que por arte de magia, la desigualdad reduzca y no aumente como era su tendencia.

Fue con toda probabilidad el escritor estadounidense Mark Twain (y no el político conservador inglés Benjamin Disraeli) quien afirmó “hay tres grandes tipos de mentiras: mentiras, grandes mentiras y estadísticas” (there are three kinds of lies: lies, damned lies, and statistics). Fuese uno o el otro, la hiperbólica cita contiene una parte de verdad: las estadísticas pueden ser poderosos instrumentos al servicio de la mentira y la manipulación. Y, sin embargo, al mismo tiempo son herramientas imprescindibles sin las cuales no sería posible diseñar, poner en marcha o evaluar política social o económica alguna.

Por otra parte, los saberes que de forma casi inconsciente hemos ido adquiriendo de nosotros mismos en tanto sociedad gracias a las estadísticas son un buen ejemplo de lo que se ha dado en llamar desde la teoría sociológica reflexividad del conocimiento en la modernidad tardía: con gran rapidez, las ideas y los conceptos traspasan las barreras del saber académico o técnico para formar parte de la vida cotidiana: indicadores como la tasa de desempleo, el umbral de pobreza, el producto interno bruto, la inflación, etcétera se convierten en elementos recurrentes de las conversaciones cotidianas.

No debemos tampoco perder de vista un eje esencial: ya que el conocimiento es poder, el control sobre las estadísticas es una fuente importante de poder. Por ello, no debemos caer en la ingenuidad de pensar que las estadísticas son, siempre, fuentes libres de sesgos y exentas de orientaciones ideológicas. Es fundamental conservar una orientación crítica ante cualquier dato estadístico y preguntarnos quién, cómo y para qué lo ha generado.

Pongamos un ejemplo. Para medir la riqueza de un país se puede pretender, como así ha ocurrido en las últimas décadas, que es necesario conocer la suma de todos los bienes y servicios finales que produce a lo largo de un año: su Producto Interno Bruto (PIB). El concepto de riqueza, medido a través de este indicador, pasa entonces a las trincheras de la pugna política, pasa a tener implicaciones prácticas. Un determinado gobierno puede así legitimar sus políticas afirmando que han aumentado el PIB del país… aunque la pobreza y la inequidad hayan aumentado y el medio ambiente se haya visto dañado. Lo cierto es que detrás del indicador PIB hay un determinado concepto de riqueza que emana de una determinada ideología político-económica.

¿Por qué no considerar para medir el grado de desarrollo de un país (en última instancia, también su riqueza) aspectos como que su ciudadanía tenga una vida larga y saludable, adquiriera conocimientos y disfrute de un nivel de vida digno? Esta es, por ejemplo, la aproximación del Índice de Desarrollo Humano (IDH) ideado por las Naciones Unidas. A modo de curiosidad, los cinco países más ricos en 2014 según el PIB habrían sido Estados Unidos, China, Japón, Alemania y Brasil (México ocuparía el lugar 10); según el IDH, Noruega, Australia, Suiza, Dinamarca y Holanda (México ocuparía el lugar 74).

El cambio que hizo el INEGI 

En cualquier caso, las estadísticas son instrumentos indispensables en todo proceso de planeación social y debemos estar siempre vigilantes para asegurarnos de que cumplan los criterios de validez y fiabilidad. En las mediciones históricas, aquellas que nos permiten detectar tendencias a lo largo de los años, es fundamental que la metodología se repita escrupulosamente año tras año: introducir cualquier cambio en la forma en que se mide una realidad puede por sí mismo alterar los resultados, lejos de que sea la propia realidad la que haya cambiado. Y esto es, justamente, lo que ha ocurrido con la medición de los ingresos de los hogares mexicanos tras los cambios metodológicos introducidos por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).

En efecto, de forma injustificable desde un punto de vista técnico, ha cambiado únicamente la forma en que mide los ingresos del segmento más pobre: a aquellos hogares que declaran “ingresos sospechosamente bajos” (sin que ni siquiera se defina bien qué se entiende por tal cosa) se les pasa un segundo cuestionario bajo el supuesto de que así se corrige una inicial subestimación de sus ingresos. El resultado práctico de tal cambio metodológico ha sido que en 2015 los ingresos de los hogares más pobres “crecieron” un 34% respecto a 2014, pasando de 2 mil a 3 mil pesos al mes, mientras que el ritmo medio de crecimiento registrado entre 2008 y 2014 se movía en el entorno del 2%.

Como consecuencia añadida, y por arte de magia estadística, la desigualdad en México ha visto reconducida su tendencia anterior: en lugar de seguir aumentando como en años previos, de pronto se ha visto reducida, ya que entre los más ricos los ingresos “tan sólo” han crecido un 10%. Y es que el cambio metodológico sólo ha afectado a los ingresos de los más pobres, en el caso de los más ricos o de las clases medias no se han considerado necesario implementar un segundo cuestionario bajo el supuesto de una subestimación.

Adiós a la credibilidad del INEGI

Este cambio que tal vez pretenda justificar cierta inacción política (“si la pobreza y la desigualdad remiten es que se están poniendo en marcha las políticas sociales y económicas adecuadas”) supone, por supuesto, un burdo enmascaramiento de la realidad. Con esta decisión que resquebraja su credibilidad, el INEGI priva a los organismos y asociaciones que luchan contra la pobreza y la desigualdad de un instrumento esencial de medición y convierte 2015 en el año cero de una nueva serie. De este modo, manda a la basura de un plumazo todo el trabajo estadístico precedente en la materia.

El INEGI aún está a tiempo de parar este despropósito: basta con revisar los datos de 2015 eliminando el segundo cuestionario y con recuperar la metodología anterior para la medición de los datos de 2016. La lucha contra la pobreza y la desigualdad debe basarse en la aplicación de políticas activas, no en darle la razón a Mark Twain.

*Doctor en sociología Cum Laude por la Universidad de A Coruña, España, consultor internacional en investigación social y políticas públicas. Es socio-director de la firma hispanomexicana Abella & Valencia (www.abellayvalencia.com)

autor Equipo de jóvenes periodistas cuyo objetivo es explicar las noticias más relevantes de negocios, economía y finanzas. Nos apasiona contar historias y creemos en el periodismo ciudadano y de servicio.
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