Para defender la democracia, hay que “privatizar” la política
La gente tiene poco interés en la política, confía poco en los partidos políticos y la gran mayoría no se identifica con ellos.
Mientras que el ciudadano común no haga suya a la política y solo se la “deje” a los gobernantes, entonces podríamos hablar de que ha comenzado un proceso serio de cambio de régimen y de consolidación democrática.
Desgraciadamente, a partir del 1 de diciembre de 2018, las instituciones y los demócratas que sustentan un sistema pretendidamente abierto, se han visto atacados. Hoy, a casi un año de ese parteaguas, podrían afirmar algunos autoritarios populistas que van por buen camino; podrían afirmar que van avanzando en la destrucción de un régimen, ciertamente imperfecto, pero que fundamentalmente ha ido construyéndose con la intencionalidad de fortalecer un sistema de libertades, responsabilidades y de justicia.
El cambio de régimen (que no necesariamente de gobierno) es parte del reto y no hay que dejar de hacerlo; pero más decisivo aún para ese propósito es el cambio social. Para que exista una democracia se necesitan demócratas. Cambiar las leyes ya no basta. Se pueden crear y tener reglas más democráticas, más abiertas y de libre mercado, un mejor sistema de justicia, mejores leyes contra la corrupción, pero si la población es irresponsable, no apegada a la legalidad, y la clase económica y política es corrupta y dependiente del Estado y, por tanto, acostumbradas a una cultura autoritaria, no hay nada que hacer.
Según el Latinobarómetro 2019, el 63.2% de los mexicanos expresa poco o nada de interés en la política. Solo el 20% de los mexicanos simpatiza con algún partido en 2019. Hay un desencanto generalizado con la política. La gente tiene poco interés en la política, confía poco en los partidos políticos y la gran mayoría no se identifica con ellos.
Muy probablemente, estos datos se deban a la gran campaña que por años emprendieron aquellos actores que confían más en los cacicazgos cuasi religiosos que en las instituciones y que han desprestigiado todo lo que pueda significar cualquier contrapeso a sus intenciones autoritarias y populistas. El mayor ataque a las instituciones democráticas de nuestro país, tristemente, ha venido de aquellos actores que, paradójicamente, usaron esas mismas instituciones para llegar al poder y hoy, siguiendo su lógica de querer reinventar el sistema, han personalizado el poder en un solo individuo, despreciando el sustento institucional Estado mexicano.
Lee: Por qué México tiene una democracia defectuosa
Todo ello muchos lo perciben como una amenaza a la democracia y a sus instituciones, mientras que otros juegan a la maximización de sus propios intereses, mientras que el resto social simplemente acabará pagando los costos del autoritarismo populista y su ineptitud para la generación de riqueza. No es gratuito que la fuente mencionada igualmente señale que el 19.1% de la población manifieste intenciones de emigrar de México. El porcentaje es similar a 2016, cuando 18.4% de la población indicó que tenía intenciones de emigrar. Sin embargo, el 35% de los mexicanos que tienen intención de migrar creen que muy probablemente lo harán.
Evidentemente, la clase política que hoy gobierna y sus aliados en el sector económico se acomodan sin el menor pudor a las circunstancias actuales y seguirán maximizando sus propios privilegios e intereses y todo ello a costa de la justicia, la transparencia y la legalidad. Y parte del problema causa de esta situación que hoy vive México la podríamos encontrar en la gran apatía e indolencia de una sociedad que es más habitante que ciudadana de México y que no ha sido participativa, democrática ni respetuosa de la ley. Si tan solo esa sociedad ciudadana se activara y tomara conciencia de que todos los males de su país fundamentalmente se deben a lo que producimos y hacemos desde la sociedad, seguramente tendríamos una clase política y a un sector económico menos cómplices y complacientes con la impunidad y el abuso.
Por ello, la política debemos “privatizarla”. La política la han “estatizado” los políticos. Una democracia donde la política no está generalizada, es una democracia defectuosa, una democracia que necesita perfeccionarse y requiere que la defendamos. Porque defendiendo la democracia no solo defendemos las instituciones, nos defendemos a nosotros mismos como ciudadanos responsables y participativos.
Opinión: Por qué la izquierda se volvió siniestra