La locura, la maldad y el aprendizaje
La locura y la maldad existen, y se magnifican con el poder, por ello, se entrega el voto, pero nunca la cabeza.
Cuando se canceló el aeropuerto de Texcoco me pareció que entrábamos a un periodo de locura en donde un solo hombre se sentía dueño del país y tomaba decisiones absurdas y costosas. Así lo publiqué en su momento.
Cuando entramos en contacto con la locura se provocan sensaciones muy claras a nivel físico. Es una experiencia desagradable, hay mareo, el estómago se revuelve. Quien haya tenido un pariente, un amigo o un vecino con un episodio psicótico sabrá a qué me refiero. Así lo sentí físicamente en aquel momento.
La luna de miel había terminado aún antes de que el presidente iniciara su periodo. No venía a combatir la violencia o la corrupción, no venía a conciliar y mejorar al gobierno; venía a concentrar el poder e imponer su locura en los demás. Pero la locura no era de uno, sino de todos los que apoyaban tan absurda decisión, incluyendo a gente “racional”, “sensata” y de buenas intenciones.
Perdí amigos, familiares y relación con quienes insistían en la “iluminación del líder” y no alcanzaban a entender el daño de su ilusión.
Eso fue hace más de 4 años. Hoy hay algo más: hay maldad. No hay otra manera de explicar la perversidad de intentar destruir nuestra incipiente democracia, de atacar con saña las libertades y los derechos de todos los mexicanos. De provocar el enfrentamiento por sistema y con saña entre todo aquel que no se rinda a sus pies.
Todos tenemos algo de locos o perversos, todos hemos sido crueles o irracionales en algún momento de nuestra vida, afortunadamente para la mayoría de nosotros, la realidad nos limitó y nos regresó al equilibrio y la sensatez.
Esa es la ventaja de la vida en sociedad, el colectivo no permite los excesos. No somos todopoderosos, tenemos límites y la vida se encarga de mostrarlos. La suerte, la borrachera, la fantasía, la fama, el éxito y el poder son temporales.
La vida nos muestra los lados oscuros de nosotros mismos y de los demás, y con el tiempo aprendemos a defendernos de ambos. Quizá lo aprendimos en primaria, quizá en secundaria, quizá mucho más tarde. Por lo general, en todas las diferentes etapas de nuestra vida y ante los diferentes retos y tropiezos, vamos madurando. Quizá ese es el verdadero significado de la vida y es un proceso inagotable e interminable.
Algunos autores de teoría política explican que, por regla, quienes buscan el poder, ya sea el de un país o el de una junta de vecinos en una colonia, no suelen ser los seres más equilibrados. Por el contrario, generalmente son los fracasados o resentidos, los más destructivos, los más desequilibrados. No quieren el poder para ayudar, quieren el poder para intentar controlar la vida de los demás.
Los más exitosos por supuesto, son los más inteligentes o hábiles, pues refinan constantemente su capacidad de manipular y de engañar. “Fulanito es muy bueno, es muy ayudador, es muy simpático, es muy modesto, nos quiere bien”.
Una vez que se ubican en el poder, estos individuos se van mostrando como en realidad son. A mayor poder, con menos límites de realidad; la locura y la perversidad van creciendo. Los más exitosos, por tanto, se dan también en las comunidades más ingenuas o débiles.
Los sistemas que le dan mucho poder a sus gobernantes sufren las peores consecuencias. Por el contrario, los sistemas que reconocen esta posibilidad, limitan el poder en espacio (otros poderes, prensa libre, tratados internacionales) y en tiempo (elecciones frecuentes).
Los sistemas más exitosos, los más ricos, los más productivos, los más pacíficos, los más libres, los más justos, nunca permiten el poder de uno sobre los demás. Siempre tienen mecanismos para enmendar el error, vaya, siempre están preparados para el error, nunca suponen ni buena capacidad, ni buenas intenciones. La confianza está limitada, condicionada y vigilada, en todo momento, por muchos.
Y esa, justamente, puede ser la gran lección para México. Creíamos que nuestro sistema político iba por buen camino y dejamos de atender el fundamento. Nos olvidamos del daño que uno solo, con tanto poder, puede hacerle al país, sea quien sea y venda lo que venda.
Hemos recordado, por las malas, la necesidad de contar con un Poder Judicial fuerte, capaz e independiente. No hay Democracia Liberal sin ello. También hemos recordado la necesidad de ir a votar para equilibrar las fuerzas y vigilar a los gobernantes en todo momento y, para ello, el INE es fundamental.
La locura y la maldad existen, y se magnifican con el poder, por ello, se entrega el voto, pero nunca, nunca la cabeza y mucho menos, nuestro poder personal. Ni los gobernantes son dioses, ni nosotros somos niños; por el contrario, los gobernantes, muy probablemente tengan mayor maldad y locura que nosotros por el solo hecho de estar en el poder, y solo entre todos podemos equilibrarlos. Esa es la luz que está brotando en medio de tanta obscuridad.
Nota del editor: Este texto pertenece a nuestra sección de Opinión y refleja únicamente la visión del autor, no necesariamente el punto de vista de Alto Nivel.
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