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Opinión

Julio de 2018: Así fue como López Obrador ganó la elección

06-12-2017, 6:11:36 AM Por:

¿Qué pasará en 2018 si las cosas siguen como ahora? Nuestro columnista Sergio Negrete hace un ejercicio prospectivo del resultado electoral en julio próximo.

José Antonio Meade pronunció las palabras que nunca habría deseado decir minutos después que el Instituto Nacional Electoral anunció sus proyecciones. Ante un Auditorio “Plutarco Elías Calles” en la sede del PRI, que más bien parecía un velorio, aceptó que esos números no lo favorecían. Pidió, entre algunos chiflidos, todo el apoyo para el futuro Presidente de México: “el Licenciado Andrés Manuel López Obrador”. Unos minutos más tarde el presidente Enrique Peña Nieto salió igualmente en medios para felicitar al ganador y ofrecer “una transición ordenada y plena de cooperación”.

Peña también habló de la “necesidad de restañar las heridas en una sociedad dividida”. No era para menos. López Obrador ganaba la presidencia, pero con 30.8% de los votos válidos, con Meade en un apretado segundo lugar, con 28.4%. Finalmente, contra los pronósticos iniciales, el candidato del Frente había resultado competitivo, atrayendo los votos de aquellos que decían “nunca por AMLO, pero tampoco por el PRI” (y viceversa). Margarita Zavala y “El Bronco”, los Independientes en la Boleta, se habían fraccionado el resto.

La sombra de la corrupción

La campaña había sido brutal, y en muchas ocasiones Meade había sentido la posibilidad de una apretada victoria. Su obstáculo más formidable fue la imposibilidad de quitarse la sombra de la corrupción. No en lo personal, por supuesto, sino del gobierno en el que había servido en tres Secretarías distintas. El comentario constante durante todos esos meses había sido que los dos punteros tenían fama personal de ser honrados y austeros, pero estaban rodeados de ratas con las uñas muy largas.

En público, ya no se diga en privado, era el continuo reclamo, igual de simpatizantes que detractores: se le dio la oportunidad al PRI, y el partido la había desperdiciado lastimosamente. Se había esperado un gobierno de resultados, pero no que se llevaran esos resultados a la cuenta bancaria en Suiza. Una cosa, decían algunos cínicos, era “robar poquito” y servirse con la cuchara grande, otra muy distinta arrear con la vajilla y hasta las servilletas.

La sucesión de continuos escándalos durante la campaña tampoco había ayudado. El candidato del PRI traía una palabra atravesada: Odebrecht, sobre todo por los sórdidos detalles que habían sido revelados a lo largo de los primeros meses de 2018. Se esperó por un tiempo que se diera un arresto, o una serie de arrestos, de personajes de primer nivel. No sólo por elemental justicia, sino para empujar a Meade ante los votantes. Nunca ocurrieron, consolidando la noción que la impunidad era la norma con el PRI.

Ahora, demasiado tarde, “Pepe Mit” reconocía que debió ser más agresivo. No ofrecer encarcelar a sus antiguos compañeros de Gabinete, por ejemplo, pero sí que sería enérgico en el combate a corruptelas pasadas. Fue un error hablar del presidente Peña Nieto como el “arquitecto del futuro” de México. Le debía la nominación, claro, pero debió ser menos agradecido (al menos en público). Por otra parte, Meade ahora aceptaba que nadó contra una vigorosa corriente. No fue suficiente ser el primer candidato del tricolor que no era miembro del partido, se hubiera necesitado alguien totalmente opuesto, un “antipriista” en lugar de solo “apriista”. Y, claro estaba, la campaña de López Obrador.

La magia del cambio

Como Vicente Fox en 2000, López Obrador se había consolidado entre suficientes votantes indecisos como el principal agente de un cambio que prometía ser mejor. Presentó una y otra vez a Meade como “más de lo peor”, y se cansó de retarlo en público (y en los debates presidenciales) a que dijera que iba a investigar a fondo las corruptelas de la administración saliente.

Pero además, López Obrador se había movido con habilidad al centro durante los meses cruciales de la campaña. Una jugada maestra fue comprometerse a nombrar como Secretario de Hacienda a un economista con prestigio en el gremio y ofrecerle, en público, enorme autonomía en el manejo de las finanzas: “el Doctor será como Antonio Ortiz Mena con el presidente López Mateos, manejando los dineros con austeridad republicana; le he dejado claro que me puede decir que “no”, y que no lo voy a correr por darme la negativa. Como prometí en el Proyecto Alternativo de Nación, no habrá déficit en las finanzas públicas ni endeudamiento adicional”.

Al mismo tiempo, López Obrador matizó las promesas más enloquecidas hechas durante los años anteriores. ¿Las dos refinerías? Eran propuestas para que las hiciera el sector privado, con algunos incentivos fiscales. ¿Carreteras pavimentadas a mano? Bueno, programas temporales de empleo, nada permanente. Apoyó el nuevo Aeropuerto, pero diciendo que se investigarían los contratos. Poco a poco, los ropajes de la demagogia y el mesianismo económico fueron sustituidos por mesura y prudencia. Los otros candidatos se cansaron de decir que López Obrador regresaría a la demagogia apenas se colocara su cama en Palacio Nacional.

Fue inútil, porque además el tabasqueño sacó a relucir su principal activo: una formidable antena política. Olfateó el ambiente y optó por el “cambio con responsabilidad”. Sus tropezones, formidables, por ejemplo ofreciendo una posible amnistía a narcotraficantes y políticos corruptos, mutaron a hablar una y otra vez de “paz”. Fue la palabra mágica, por más que AMLO no ofreciera nada específico, para un pueblo harto de tanta violencia. “Paz y prosperidad, primero para los pobres” fue uno de los lemas más memorables, palabras que sellaron la victoria presidencial tras dos derrotas. Había llegado por fin su hora, y una nueva derrota para el PRI.

El autor es doctor en Economía (Essex), economista (ITAM) y comunicólogo (UNAM). Profesor, Escuela de Negocios del ITESO, Investigador Asociado CEEY. Trabajó en el FMI.

Nota del editor: Este texto pertenece a nuestra sección de Opinión y refleja la visión del autor, no necesariamente el punto de vista de Alto Nivel.

autor Doctor en Economía (Essex), economista (ITAM) y comunicólogo (UNAM). Profesor, Escuela de Negocios del ITESO, Investigador Asociado CEEY. Trabajó en el FMI.
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