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Así vivió Carstens el día que hizo tambalearse al peso

10-01-2017, 6:40:09 AM Por:

El 1 de diciembre de 2016 pasará a la historia como el día en que Agustín Carstens anunció su salida del Banco de México, pero también porque, tras el aviso, la moneda mexicana se depreció y el pesimismo se acentuó.

El momento fue fatídico. Apenas había amanecido aquella mañana del jueves 1 de diciembre y ya el rumor había corrido como reguero de pólvora. La renuncia del gobernador Agustín Carstens al Banco de México ya estaba en boca de funcionarios y de financieros en el peor momento para el país. Desde que se conoció la victoria de Donald Trump al amanecer del 9 de noviembre, el peso se había hecho añicos. La peor pesadilla para la moneda mexicana ya había tocado la puerta del banco central.

Aquella paridad de 18.3 pesos por dólar con la que los cambistas habían abierto negociaciones el día de la elección presidencial estadounidense había quedado muy lejana apenas unas cuantas horas después. La esperanza de una lenta recuperación del peso con Hillary Clinton camino a la Casa Blanca se había ido.

El peso se depreció más de 13% frente al dólar en unas cuantas horas. Para la mañana del 9, el dólar estaba en 20.8 pesos en mercados internacionales.

La agravada anemia del peso, reflejada en una depreciación de 24% en solo 12 meses, tampoco cedería en las siguientes semanas, una vez asimilado el triunfo de Trump, que hizo de México su costal de boxeo bajo su trillado eslogan Make America Great Again.

Aquel miércoles 30 de noviembre, el peso no se había recuperado un ápice. Ese día, el dólar cerró en 20.6 pesos con las amenazas latentes de Moody’s y Standard & Poor’s de degradar el nivel de confianza en la deuda soberana de México.

Un golpe que, de darse, nublaría aún más el futuro inmediato de las inversiones hacia la República Mexicana, agravando el déficit en la balanza de pagos y arrodillando a unas finanzas públicas debilitadas por el cáncer de un empecinado endeudamiento que no ha parado de crecer y cuyos costos financieros se han convertido en el parásito que consume sin tregua, mes a mes, el presupuesto.

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Los llamados a la tranquilidad desde el gobierno federal no sirvieron de mucho; no para los banqueros de inversión que conocen las tribulaciones de la economía mexicana, con Donald Trump como agravante. Si acaso, eran platillo para los titulares de prensa y noticieros de radio; nada más.

La conferencia de prensa, convocada inusualmente a la medianoche por la Secretaría de Hacienda, fue un fiasco. Apenas unas horas después, el secretario Meade y Carstens hicieron acto de presencia en el Palacio Nacional sin siquiera tener un mensaje que entregar.

La reiteración de que “México está en una posición de fortaleza para enfrentar el nuevo entorno” y que el Banco de México “ponderará la situación” fue un clavo en un ataúd que se leyó: ‘No sabemos qué hacer’… mientras que no cesaba la golpiza sobre el peso.

El pecado de decir “no”

Poco antes de la apertura de los mercados financieros del jueves 1 de diciembre, el rumor se extendió a los medios de comunicación: Carstens renunciaba al Banco de México.

La noticia había caído como bomba en el sector financiero y el pesimismo se acentuó, reflejándose en una nueva depreciación de la moneda. El dólar ya se vendía arriba de 21 pesos en ventanillas bancarias.

Aunque en los renglones del boletín que emitió el banco central se dejaba ver el esfuerzo por presentar la noticia como el triunfo de un mexicano que dirigiría el Banco de Pagos Internacionales por cinco años, el golpe anímico era inevitable.

Carstens y la Junta de Gobierno de Banxico eran de los pocos reductos de confianza para los inversionistas. Sus constantes señalamientos al gobierno federal (por el manejo de las finanzas públicas y la velada crítica a la resistencia del gobierno peñista para reducir el gasto con la velocidad que se requiere) destacaban entre los aplausos oficiales.

Aunque los rumores sobre la renuncia de Carstens no eran nuevos, dado que habían trascendido sus crecientes diferencias con el ex secretario Luis Videgaray, estos se acallaron cuando el presidente Peña Nieto propuso a Carstens para un segundo periodo al frente de la Junta de Gobierno a partir del 1 de enero de 2016 y hasta el 31 de diciembre de 2021.

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A pesar de las diferencias, Videgaray y Peña Nieto valoraron que la presencia de Carstens era útil para tranquilizar a los inversionistas en momentos de desconfianza en el manejo de la economía y el peso.

De estilo pausado, respuestas reflexivas, voz baja y de un gran sentido del humor, el robusto gobernador ha sido, desde hace tiempo, un jugador en las grandes ligas del sistema financiero internacional y nunca ocultó su anhelo de regresar a Washington, donde vivió durante dos periodos, el último en su calidad de subdirector gerente del FMI.

Otra de las poderosas razones por las que Carstens buscaba regresar a la capital estadounidense era su esposa, la economista y escritora Catherine Mansell, de quien se enamoró en Chicago.

Pero Carstens siempre se distinguió por su talento desde que ingresó al Banco de México a los 22 años. Su capacidad técnica, política y gerencial, y el apoyo del presidente Felipe Calderón, lo convirtieron en uno de los dos contendientes para dirigir el FMI en 2011; carrera que ganó la francesa Christine Lagarde.

Un colaborador que conoce de cerca al gobernador comentó, semanas antes de su renuncia, que uno de los pecados de Carstens era su dificultad para decir “no” cuando se trata de altos funcionarios del gobierno. Ese pecadillo le dio el espacio para que Videgaray se entrometiera en las decisiones de la Junta de Gobierno, hasta que Carstens encontró la oportunidad de abandonar el barco, ya con Meade como capitán de finanzas. Y es que el barco no cambiaría de rumbo.

A principios de noviembre, el gobernador mostró su hartazgo cuando en una entrevista señaló que estaba “discutiendo” con el secretario de Hacienda la implementación de un plan de contingencia. Meade no respondió y el plan de contingencia nunca llegó. La ruptura era evidente.

Ahora, la salida de Carstens a partir del 1 de julio abre una baraja de posibilidades para Peña Nieto. Si el presidente sigue decidiendo en base a sus cálculos políticos y no técnicos, el próximo gobernador del banco central será un hombre cercano a Videgaray o él mismo. Y es que un cargo que trasciende el periodo sexenal lo hace muy apetitoso para un régimen preocupado por el juicio de la historia, pateando hacia delante una crisis que podría llegar, aunque esté en juego la autonomía y la confianza en el banco central.

Pocos lo saben como Catherine. En su más reciente novela se ve a sí misma como una exploradora de las grietas y recovecos de los personajes del poder en México. Ahora hacen maletas rumbo a Basilea.

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autor Economista dedicado al periodismo económico desde hace 27 años. Fundador de Arena Pública.
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