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De primera dama a presidenta, ¿a dónde llegan los límites políticos?

10-08-2017, 5:25:38 PM Por:

Las parejas de los políticos llegan a jugar un papel muy importante en la construcción de un storytelling eficaz para “humanizar” al personaje o reforzar una imagen familiar. ¿Pero hasta dónde llegan sus límites?

Al joven Emmanuel Macron se le ha acabado su “luna de miel” —como coloquialmente se le llama a los primeros meses de un presidente en el cargo en los cuales persiste el optimismo por el triunfo y las expectativas sobre “la nueva era”. Los titulares del ejecutivo suelen ocupar ese periodo de gracia como capital político para impulsar sus programas y arrancar con contundencia, sobre todo cuando se trata de impulsar reformas o políticas públicas que causarán polémica y no dejarán contentos a todos.

Pues bien, una clara y reciente prueba del fin de dicho capital de arranque para el presidente de Francia ha sido la respuesta tácita tanto de líderes de la oposición como de un sector de la opinión pública que ha reunido casi 300 mil firmas en la plataforma change.org para evitar que se modifique el estatus oficial para la figura de primera dama. Esto, debido a que Macron pretendía darle un mayor peso a las funciones de su esposa, Brigitte Macron, dentro de su administración y asignarle una partida presupuestaria específica (actualmente ella ya cuenta con una oficina y personal administrativo y de seguridad a su servicio, que sale del mismo presupuesto del Eliséo).

A raíz de las críticas parece ser que el presidente va a dar marcha atrás a la que fue, incluso, una de sus propuestas de campaña. Los principales argumentos de los opositores a esta medida son que esto sería antidemocrático y podría leerse incluso como nepotismo, además de ser insensible pretender darle dinero de todos los franceses a la oficina de su esposa a la par de que su gobierno impulsa recortes en diversos sectores, entre ellos educación y vivienda. 

Este ejemplo de actualidad permite reflexionar sobre el papel de las y los consortes en la arena política: Es una realidad que las parejas de los políticos, cuando su carisma y disposición se prestan, llegan a jugar un papel muy importante en la construcción de un storytelling eficaz (muy socorrido durante el periodo de campaña electoral) porque ayudan a “humanizar” al candidato, a reforzar una imagen familiar que resulta muy beneficiosa para conectar con grandes sectores de votantes que otorgan mucha importancia a los llamados “valores familiares”.

Una vez en el gobierno, este refuerzo de imagen es común se siga utilizando con la misma lógica, siendo que los límites los traza la tradición de cada país; mientras que la Era Obama no se explicaría sin el peso protagónico que jugó Michelle Obama, y en Latinoamérica el culto a sus primeras damas es muy latente, en Europa el papel de las cónyuges de los mandatarios suele ser menor, en ocasiones debido a que en los países dónde aún subsisten las monarquías son las reinas consortes las que juegan este rol.

Pero este no es el caso de la república francesa, donde, regresando al caso de los Macron, el tema generó ipso facto un intenso debate público: que si puede caer en el sexismo el promover un alto a las intenciones de Macron de empoderar a su mujer, que si ella tiene el derecho de decidir qué tanta discreción o protagonismo público quiere ejercer como pareja del presidente, y muy en especial, los que remarcan que el conflicto no gira tanto sobre el peso de su papel protocolario como la “osadía” de querer robustecerlo a costa del erario.

Pues bien, para poder llegar a un análisis más integral y profundo del conflicto y extrapolarlo a otros casos similares es necesario recurrir a las gafas violetas y cuestionar el origen de la figura de “primera dama” con perspectiva de género:

El concepto de “primera dama” tiene su origen en el siglo XIX en los Estados Unidos para posteriormente ser adoptado por otros países para designar a las esposas de sus presidentes. Es decir, surge en un contexto donde los nacientes gobiernos democráticos estaban absolutamente masculinizados y el papel de la mujer fuertemente relegado a la esfera de lo privado.

En ese sentido, el rol de la pareja del presidente se ha forjado a lo largo de la historia como una extrapolación de los roles familiares tradicionales: el hombre es la cabeza que lidera, es el fuerte, quien ostenta el poder, quien dirige a su familia (en este caso, su nación) y la mujer es quien lo acompaña, la cara dulce, delicada, pasiva, responsable de los cuidados —a ello se debe que las carteras de las primeras damas sean en temas de atención a la niñez, los adultos mayores, la salud, beneficencia, etcétera.

Si estas son las bases históricas de donde nace esta figura y ha costado tanto reivindicar el derecho de las mujeres para que sus nombres también aparezcan en las boletas ¿por qué no “nos cambiamos el chip” y en lugar de centrarnos sólo en debatir los límites correctos de las funciones de las cónyuges de los mandatarios nos cuestionamos más sobre por qué aún estamos muy lejos de llegar a la paridad en los más altos puestos políticos?

Quedarnos sólo en el primer punto no nos permite salirnos del sesgo ideológico que por siglos ha relegado a la mujer a un segundo plano cuando lo que urge es que estemos en primera línea en la misma proporción que los hombres.

Por otro lado, ¿a los muy pocos “primeros caballeros” se les cuestiona de la misma manera su “deber ser” ante la sociedad que sus parejas gobiernan? Por poner un ejemplo imaginario: si Hillary Clinton y Margarita Zavala fuesen presidentas de sus países de manera simultánea, ¿conciben probable un titular en las revistas del corazón del tipo: “Bill y Felipe en gran duelo de estilo durante la visita oficial a la Casa Blanca: el primer caballero estadounidense apostó por Hugo Boss durante toda la gira mientras que el esposo de Margarita salió triunfante con sus atuendos de Óscar de la Renta.”?

Suena ridículo, ¿no? pues cuando es al revés es lo cotidiano, porque a las mujeres —además del tradicional papel de acompañantes de los poderosos— también se les exige que libren triunfantes los “duelos de estilo” con sus homólogas: o sea, les toca ser estéticamente perfectas en representación de todas sus connacionales a quienes, como mujeres, también en lo individual se les exige serlo.

En cambio, ¿a qué expectativas se ha tenido que enfrentar Joachim Sauer, el marido de Angela Mearkel, como consorte de una de las mujeres más poderosas del mundo? El catedrático en físicoquímica ha gozado de la libertad de elegir sin presión mantenerse ajeno a la escena pública y hacer su vida sin importar el cargo que ocupa su esposa.

¡Enhorabuena a Brigitte Macron por tener una pareja que le reconozca sus capacidades y la importancia que en su carrera ha tenido y tiene su apoyo! Ahora, ya que la opinión pública ha manifestado claramente que un aumento de presupuesto y un mayor peso oficial para la primera dama está fuera de lugar en la república francesa, y si tan fuerte es su vocación de servicio que no le satisface quedarse sólo en el papel protocolario de su posición actual, tiene, como cualquier mujer, la opción y el derecho de intentar dar ese salto a la primera línea que muchas otras están dando a pesar de tantos obstáculos y hacerse de su propio camino.

Esa sí es una vía democrática para sociedades más igualitarias, a las primeras damas y primeros caballeros dejémosles la libertad de continuar con sus propias vidas.

*La autora es consultora en comunicación política, socia-directora de la firma hispanomexicana Abella y Valencia. Ganadora del Victory Award como Líder Emergente 2017.

Nota del editor: Este texto pertenece a nuestra sección de Opinión y refleja la visión del autor, no necesariamente el punto de vista de Alto Nivel. 

autor Consultora en comunicación política. Socia-directora de la firma hispanomexicana Abella & Valencia
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